EDITORIAL

El pasado primero de mayo, jornada reivindicativa de clase, la calle también fue de colores.

En Vila-Seca las familias reclamaban normalización y reconocimiento. Allí mismo la Consejera anunciaba avances legislativos para erradicar cualquier tipo de discriminación.

En las calles de Barcelona diferentes colectivos LGTB reclamaban la visibilidad, el respeto y la normalización, tanto en el lugar de trabajo como en la sociedad. También alguna reflexión personal, en forma de carta a medios escritos, invitaba a reflexionar sobre la campaña multitudinaria antirracista en el ámbito del fútbol y si sería trasladable a un hastag #todossomosgais

Todo ello, la lucha y reivindicaciones LGTB se funden y se confunden con el resto, allí donde estamos presentes todas y todos, allí donde vivimos y somos visibles, allí donde trabajamos y nos desarrollamos, donde sufrimos las discriminaciones y las exclusiones.

Ahora más que nunca debemos fundirnos pero sin perder visibilidad ni centralidad, la LGTBfobia es una discriminación transversal, no tiene clase, no tiene género, no tiene color… tiene niveles de tolerancia y un alto, demasiado alto, grado de permisividad, contra lo que necesitamos leyes y recursos. El Parlament y las entidades siguen trabajando por una ley de derechos LGTB, una ley necesaria, una ley imprescindible.